miércoles, 28 de abril de 2010

2008: El Año Que Internet Mató A La Televisión



Fue el medio más eligido para recibir y generar información. Las navegación supera a la TV. Se pautó más publicidad que en la pantalla chica.

Fue en YouTube, y no en el noticiero de la medianoche, donde se vio por primera vez a una profesora con el pelo incendiado, a dos compañeros teniendo sexo en el Día del Estudiante, y a toda un aula burlándose de una docente mediante un video titulado “La gorda pedorra". Fue internet, y no la CNN, la que –según los analistas políticos– terminó de definir la elección estadounidense en favor del candidato demócrata Barak Obama. Fue en Facebook, y no en una pantalla de televisión, donde aparecieron las fotos familiares del ingeniero asesinado Ricardo Barrenechea, y donde fueron vistas las imágenes del narcocholulo Hernán Rodolfo de Carli, vinculado con el crimen de General Rodríguez y –por ende– el tráfico de efedrina...
Fue en internet donde se cocinó este año el fenómeno de The Glammers: su rock alternativo alcanzó rapidísimo la popularidad, nada menos que 1.332.805 “visitas de perfil” en un año, según se lee en la meca de la difusión musical gratuita, masiva e inmediata: MySpace. Fue en una telenovela online, y no en un producto de prime time televisivo, que las actrices Natalia Oreiro, Celeste Cid y Brenda Gandini superaron el medio millón de espectadores. Y fue un flog, en lugar de Gran hermano, el que parió al mayor referente mediático y local del año 2008: Cumbio (ver aparte). La adolescente llegó para cerrar a ritmo de fanfarria un fenómeno del que, parece, ya no hay retorno: en 2008, internet mató a la televisión. O, como mínimo, le arrebató una cocarda mucho más valiosa que el dinero: la de la gestión de información.
Un estudio realizado por la Asociación Europea de Publicidad Interactiva (EIAA) indica que en algunos países de Europa –por ejemplo, España– la población pasa más tiempo navegando por la web (12,1 horas semanales) que mirando programas convencionales (11,7 horas por semana). Y una encuesta del Centro de Investigación Pew, en los Estados Unidos, advierte que internet y la televisión están en una contienda hasta el momento reñida. Pero con final anunciado: si bien la franja de usuarios mayores de 30 años elige la televisión como principal fuente de información (el 70% está a favor de los productos catódicos), los menores de 30 años se quedan con internet (con el 60% a favor de la web).
En 2007, en cambio, sólo el 34% de los estadounidenses sub-30 prefería las noticias digitales. Para Iván Adaime, licenciado en Ciencias de la Comunicación y profesor de la materia "Introducción a la Informática" en la Universidad de Buenos Aires, esta alteración drástica en los consumos mediáticos es una tendencia universal. “La televisión se está quedando atrasada respecto de internet, que no se concibe sin la participación de los usuarios, mientras que la televisión es unidireccional. Y esa diferencia, dentro de una generación cada vez más habituada a participar en la web, puede marcar el ascenso y la caída de un modelo de comunicación. Con internet siempre establecés algún tipo de diálogo.
Y, en ese sentido, la televisión es arcaica. Esto no significa que vaya a morir. Pero quedará relegada a un lugar secundario. Y, si quiere subsistir, tendrá que reconfigurarse.” METIDOS. El primer signo de que internet estaba desbancando la televisión ocurrió en julio de 2005, con los atentados terroristas en Londres. Las fotos del desastre fueron capturadas por los usuarios con su celular –para luego ser subidas a la web–, y la cadena BBC legitimó esa producción amateur al ponerla en el aire y colgarla en su portal online. Fue entonces cuando sucedió la novedad: los que subían videos ya no eran "tekkies", "nerds" o "early adopters" (adoptadores tempranos de una tecnología en ascenso), sino ciudadanos con ganas de asumir un rol protagónico en la producción de información. De los 18 millones de cibernautas que tiene la Argentina, el 10% (casi dos millones) navega por internet con este afán participativo. Aunque “participar” no significa, necesariamente, subir a la web información en un formato convencional. En el universo 2.0, la participación puede implicar colgar tu canción preferida en Taringa, mantener uno de los cinco millones de fotologs que hay en el país, o escrachar a tus amigos mientras tienen relaciones sexuales con el uniforme del colegio puesto: una producción más morbosa, económica y verosímil que –por caso– cualquier informe de Jorge Rial.
Es justamente esta manera de empardar y superar la programación convencional la que hizo que en 2008, en el Reino Unido, se pautara más publicidad en la red que en la televisión. Con una audiencia que crece a ritmo desmadrado (acercándose a los 900 millones de internautas en todo el mundo, según la consultora Com. Score), los anunciantes británicos decidieron, por primera vez en la historia, cambiar su apuesta: volcaron 4.500 millones de euros en Internet y 4.275 millones en televisión. ¿Por qué lo hicieron? Porque las tarifas en la tele –en comparación con las de internet– son demasiado caras respecto de la audiencia que arrastran. Por todo esto ya existe la ficción interactiva realizada para la web. En el caso de la Argentina, 2008 fue un año clave. Por primera vez hubo productos con este formato. El más novedoso fue Dirigime, un emprendimiento de Terra y Movistar con varias características revolucionarias en materia de entretenimiento: a través de los mensajes de texto, el público decidía qué final quería para cada capítulo; los envíos duraban un máximo de ocho minutos y cada emisión se estrenaba los lunes y jueves a las tres de la tarde.
¿Por qué ese horario? Según los sondeos de Terra, ésa es la “hora pico” de consumo de internet en la Argentina. El cálculo no estuvo mal: la propuesta fue seguida por unas 600 mil personas. “A diferencia de la televisión, internet crece a un ritmo de vértigo y todavía no tiene techo –explica Alejandro Adamowicz, gerente general de Terra Argentina–. Y ese aumento tiene un correlato con la publicidad online. Además, internet ofrece posibilidades infinitas de colocar contenidos. En la televisión hay una grilla, pero la web no tiene restricciones.” De tan innovador, el formato –que terminó emitiéndose también por televisión abierta– fue vendido a dieciocho países de América Latina y a Estados Unidos, e inspiró a multinacionales como Dori Media Group a lanzar, también este año, Amanda O, una novela para Internet protagonizada por Natalia Oreiro. FENÓMENO F.
Los que quieran conocer las últimas tendencias en indumentaria no tendrán que mirar a Oreiro o a Celeste Cid para ver qué llevan. La web, este año más que nunca, desplazó a cualquier celebridad en materia de circulación de la moda. Y hasta creó a sus propias estrellas. Scott Schuman, un fotógrafo estadounidense dueño del blog The Sartorialist –donde publica fotos de gente común con looks innovadores– fue elegido por la revista Time como uno de los cien personajes más influyentes del mundo del diseño. Y Cristiana Guerra, una brasileña a cargo del fotolog Hoje Vou Assim (“Hoy salgo así”, donde muestra a diario qué llevará puesto) editó su primer libro. “Internet es un espacio descubridor de tendencias superior al de la televisión –explica Lucio Santilli, miembro de On The Corner, un fotolog de modas argentino que es consultado por diseñadores de indumentaria–. Las personas están tomando un rol protagónico. No esperan salir en la televisión y las revistas: suben su video en YouTube, cuelgan su foto en Flickr y arman su perfil en Facebook.” El que no maneje el lenguaje de la web probablemente esté perdido. Así lo entiende la reina Isabel II de Inglaterra (que desde diciembre de 2007 transmite su mensaje navideño por radio, televisión y YouTube), y sobre todo lo entendió este año Barak Obama. Mientras que John McCain se confesaba “analfabeto digital” (no sabía ni mandar un e-mail), Obama apostaba a los recursos online con un éxito sin precedentes. Recaudó dinero a través de su web.
Difundió su hit de campaña “Yes we can” por YouTube. Y se abrió un perfil en Facebook con el que superó ampliamente la utopía de Roberto Carlos: Obama tenía más de dos millones de amigos. McCain, en cambio, apenas superaba los seiscientos mil. Para muchos, ése fue el comienzo del fin de McCain. Facebook es, a esta altura, la condición sine qua non de cualquier persona que pretenda trascender sobre la faz de la Tierra. Hasta el momento, tiene 140 millones de usuarios en todo el mundo y vale –en papeles– tres mil millones de dólares. No tiene límites y es el punto de partida de las historias más descabelladas:
En Chile, Giglio Pascal Cortés Ramírez, 35 años, empleado de telecomunicaciones, recibió vía Facebook la que seguramente fue “la” pregunta de su vida. “¿Desea agregar a Pablo Cortés como amigo?” leyó en la pantalla de su PC. Pablo Cortés –y éste es el detalle– era el hijo que él había abandonado trece años atrás. “Encontré a mi hijo por Facebook”, declararía después.

En Australia, el pasado mes de noviembre los dueños de un restaurante se valieron del Facebook para ubicar a un grupo de individuos que se habían esfumado con el famoso “pagadiós”.

En Gran Bretaña, el Servicio Secreto de Inteligencia (SIS) usó Facebook para reclutar a sus nuevos agentes. E Interpol lo navega –junto con YouTube– para buscar a los 150 mil delincuentes sueltos alrededor del mundo.

Y hasta Playboy de Argentina hizo su tapa de octubre ya no con una estrella salida de la televisión, sino con “las cinco chicas más hot sacadas de Facebook”. “Todos los años Playboy hace por lo menos una tapa ‘conceptual’ y, cuando vimos que Facebook había superado la barrera de los cien millones de usuarios, creímos que era inevitable hablar de ese fenómeno –explica Luis Güerri, director de la publicación–. Además, Facebook tenía el componente extra de que nos permitía jugar con la fantasía de la accesibilidad: eran chicas que podías encontrar en cualquier parte, y que estaban para el infarto.” ¿Les fue bien con esa tapa? Según Güerri, las ventas estuvieron por encima de la media. Sin hacer grandes esfuerzos, cualquiera podría entender los motivos por los que estas cinco chicas eligieron quitarse las ropas. Pero, por afuera de cualquier negocio –o incluso de cualquier afán voyeurista–, internet genera una participación hasta el momento inentendible. ¿Qué mueve a una persona a publicar una entrada absolutamente anónima en Wikipedia? ¿Qué mecanismo interno –y en algún punto delirante– lleva a un pibe a tomarse el tiempo de confeccionar la lista de sus diez mejores discos, escanear las tapas y colgar todo en Taringa? ¿Por qué existen los foros donde infinidad de gente –escudada por seudónimos– aporta sus consejos para terminar con el acné, el dolor premenstrual o las plagas de mosca blanca? ¿Por qué habría alguien –y son tantos– capaz de dar un asesoramiento que, en el mundo real, sólo se consigue a cambio de dinero? “¿Por qué lo hacen?”, se preguntó durante todo el año Iván Adaime. Y, por el momento, se dio a sí mismo la única respuesta que permite internet: todo en la web –como en los laberintos– encierra una pregunta ciega. Y lo mejor, por la salud mental de todos, es pasarla por alto.


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